miércoles, 15 de octubre de 2014

El último Saramago: Alabardas.

[...] "Los que escriben con claridad tienen lectores, los que escriben oscuramente tienen comentaristas". Camus tenía razón. Saramago sabía responder: "eso es lo que resulta tan simpático en las palabras sencillas, que no saben engañar". Encontrar palabras sencillas es la tarea más complicada para un escritor. Palabras sencillas, incapaces de engaño. Palabras que acaso puedan llegar a ser felices.

Yo también conocía a José Saramago.

"De todas las cosas que José Saramago era capaz de hacer, morirse ha sido la más inesperada. Si conocías a José, simplemente no se te pasaba por la cabeza. Claro que los escritores nunca mueren, desde luego. Pero él no te daba la menor posibilidad de pensar en un cuerpo cansado de la vida, de respirar, de comer, de amar. Se había ido consumiendo en los últimos años, entre la carne y los huesos parecía haber cada vez menos espesor, su piel era una fina capa que le cubría el cráneo. Pero él decía: Si estuviera en mis manos,  yo no me iría nunca.
[...] pude darme cuenta de que no había otorgado la confianza merecida a su obstinada voluntad de regresar. Y aquí está otra vez con nosotros."

Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas.

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