jueves, 6 de noviembre de 2014

Viaje al centro de la Tierra: Julio Verne

ARGUMENTO.
El profesor y geólogo alemán Otto Liddenbrock inicia en Islandia su viaje al centro de la Tierra guiado por un escrito de Arne Saknussemm, un sabio islandés del siglo XVI. En la peripecia es acompañado por su sobrino Axel y por el guía nativo Hans. El trío, que se introduce por un volcán en el interior del globo terráqueo, vivirá una serie de peripecias, incluyendo el asombroso descubrimiento de un mundo mesozoico completo enterrado en las profundidades, así como la existencia de iluminación de carácter eléctrico.

1. Viaje al centro de la Tierra: animación.
  
2. Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra: la novela.

3. Audiolibro:
4. La película (2008): tráiler.
Versión clásica (1959). Tráiler.


5. Fragmentos ilustrados: 

Desde el principio del viaje había experimentado muchas sorpresas y debía ya estar curado de susto, como se dice vulgarmente, y creerme al abrigo de todas las maravillas. Sin embargo, a la vista de aquellas dos letras que se habían grabado allí 300 años atrás, quedé como embobado, como tonto. No sólo se leía en la roca la firma del sabio alquimista, sino que tenía en mis manos el estilete que la había trazado. Hubiera sido en mí una insigne mala fe poner en duda la existencia del viajero y la realidad  del viaje.
¡Mientras bullían en mi cabeza estas reflexiones, el profesor Lidenbrock se dejaba arrastrar por su entusiasmo  respecto de Arne Saknussemm.

-¡Oh maravilloso genio! -exclamaba-, Tú no has olvidado nada de lo que  debía abrir a otros mortales las vías de la corteza terrestre, y tus  semejantes pueden hallar las huellas que tres siglos atrás trazaron tus  pies en el fondo de estos subterráneos oscuros ¡Quisiste que otras  miradas, además de las tuyas, contemplasen estas maravillas! Tu nombre,  grabado de trecho en trecho, conduce directamente a su objeto al viajero  que es bastante denodado para seguirte, y en el centro mismo de nuestro planeta lo encontraremos escrito por tu propia mano. ¡Yo también, yo pondré mi firma en esta última página de granito! ¡Pero que desde ahora  este cabo, visto por ti desde el mar que tú descubriste, se llame hasta la  consumación de los siglos cabo Saknussemm!

He aquí las palabras que pude recoger, las cuales me comunicaron el  entusiasmo que las había dictado. Un fuego interior renació en el fondo de  mi pecho. Todo lo olvidé, los peligros de la ida, y los peligros de la vuelta.
¡Quería hacer lo que otro había hecho, y nada humano me parecía  imposible!
-¡Adelante! ¡Adelante! -exclamé.
Me lanzaba ya hacia la oscura galería, cuando el profesor me detuvo, y siendo él el hombre del frenesí y de los arrebatos, me aconsejó entonces paciencia y sangre fría.-Volvamos primero a buscar a Hans -dijo-, y acerquemos la almadía a este  sitio.
No de muy buena voluntad, me sometí a la de mi tío, y me deslicé rápidamente por entre las rocas de la playa.
-¿Sabéis, tío -dije, mientras íbamos andando-, que hasta ahora las  circunstancias nos han favorecido singularmente?
-¡Ah! ¿Lo crees así, Axel?
-Sin duda, y hasta la tempestad ha servido para volvernos al camino recto. ¡Bendita sea la tempestad! Ella nos ha traído a esta costa, de que el buen tiempo nos había alejado. Suponed por un instante que hubiésemos tocado
con nuestra proa (¡la proa de una almadía!) las costas meridionales del mar de Lidenbrock ¿qué hubiera sido de nosotros? El nombre de Saknussemm no se nos hubiera aparecido, y ahora nos encontraríamos abandonados en
una playa sin salida.
-Sí, Axel hay algo de la Providencia en que, navegando hacia el sur, hayamos llegado al norte, y precisamente al cabo Saknussemm. El hecho es más que admirable, y hay algo que yo no me explico.
-¡Eh! ¡Qué importa! Lo que debemos procurar es no explicar los hechos, sino aprovecharnos de ellos.
-Sin duda, muchacho, pero…
-Pero, vamos a tomar de nuevo el camino del norte, a pasar bajo las comarcas septentrionales de Europa, Suecia, Rusia, Siberia... ¿qué sé yo? en lugar de hundirnos bajo los desiertos de África o las olas del Océano, y no quiero saber más.
-Sí, Axel, tienes razón, y todo pinta perfectamente, pues abandonamos este mar horizontal que a nada puede conducirnos. ¡Vamos a bajar, a bajar, siempre a bajar! ¿Sabes que para llegar al centro del globo no tenemos que andar ya más que mil quinientas leguas?-¡Bah! -exclamé- ¡Mil quinientas leguas! ¡No merecen si quiera que hablemos de ellas! ¡En marcha, en marcha!

Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra, Anaya, 2004.



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