lunes, 4 de enero de 2016

ENTRE LETRAS

"Sentarse tranquilamente bajo la luz de una lámpara con un libro abierto entre las manos, y conversar íntimamente con los hombres de otras generaciones, es un placer que traspasa los límites de lo imaginable". 

Elizabeth Barrett Browning



1. Amos Oz, Judas, Traducción de Raquel García Lozano, Siruela, Madrid, 2015.
¿Qué hubiera pasado si en realidad Judas no hubiese traicionado a Jesús?¿Quién decide quién es un traidor? ¿Es más leal quien dice que sí a todo o quien disiente por el bien de la causa? ¿Habría hoy paz en Oriente Próximo si Ben Gurion no hubiera decidido crear un Estado judío?


Reinventa la historia del hombre del que se dice que besó y traicionó a Jesús y cuestiona incluso la creación del Estado de Israel. 

Es un libro de preguntas ensartadas en una trama intimista que se desarrolla en el Jerusalén sombrío de finales de los cincuenta.



Así comienza la novela:

"Esta es una historia del invierno de finales del año cincuenta y nueve y principios del sesenta. En esta historia hay error y pasión, hay amor no correspondido y cierta cuestión religiosa que queda aquí sin resolver. En algunos edificios aún se aprecian las señales de la guerra que dividió la ciudad hace diez años. De fondo, puede oírse al atardecer una lejana melodía de acordeón o los nostálgicos sonidos de una armónica detrás de una contraventana cerrada. En muchas casas de Jerusalén pueden verse en la pared del salón los remolinos de estrellas o la ebullición de cipreses de Van Gogh, esteras de paja extendidas aún en las pequeñas habitaciones, y Los días de Ziklag1 o Doctor Zhivago abierto bocabajo sobre un sofá cama de espuma cubierto por una tela de estilo oriental y un montón de cojines bordados. Una estufa de queroseno con una llama azul permanece encendida toda la tarde. De la carcasa de un proyectil, en una esquina de la habitación, brota una especie de ramo de cardos decorativo. A principios de diciembre, Shmuel Ash dejó sus estudios en la universidad y se dispuso a marcharse de Jerusalén debido a un fracaso amoroso, a un trabajo de investigación estancado y, sobre todo, porque la ruina económica de su padre le obligó a buscarse un trabajo. Era un chico corpulento, con barba, de unos veinticinco años, tímido, emotivo, socialista, asmático y con tendencia a entusiasmarse fácilmente y a decepcionarse enseguida."

2. Charles Dickens, Canción de Navidad, Ilustrado por R. Innocenti, ed. Kalandraka, 2011.



Cuento de Navidad, de Charles Dickens (1812-1870), es una de las obras clásicas de la literatura universal.
Esta edición de Kalandraka retoma la edición de Lumen 1990, en la que las extraordinarias ilustraciones de Roberto Innocenti convierten este clásico en un  auténtico placer. 

Nos sumergimos en  la lectura de la escalofriante y fantástica historia del avaro Scrooge y el descubrimiento del espíritu navideño.

 Scrooge  recibe la visita del fantasma de su socio muerto hace siete años, Jacob Marley, quien le avisa del acoso de tres espíritus más extraños en la noche, cuando el reloj marque las doce.
¿Qué pretenderán estos espíritus? Pues hacerle ver en qué ha convertido su vida, llena de soledad, avaricia, desprecio y desamor.

"Por entre los pliegues de la túnica sacó a dos niños en estado deplorable, sumisos, atemorizados, repugnantes, miserables. Se arrodillaron ante sus pies y se le agarraron a la vestimenta. [...]
Eran un niño y una niña. Pálidos, flacos, desharrapados, hoscos, lobunos, pero también postrados en su humildad.  [...]
Asustado, Scrooge retrocedió con un sobresalto. Mostrándose de aquella manera, intentó decir que eran unos niños muy guapos, pero las palabras se le quedaron atascadas:  no querían participar en una mentira de tal magnitud.
-¡Espíritu! ¿Son tuyos?- Scrooge no pudo decir más.
-Son hijos del Hombre- dijo el espíritu mirando hacia ellos-. Y se agarran a mí,  suplicando por sus padres. Este niño se llama Ignorancia. Y esta niña se llama Necesidad. Guárdate de los dos,  y de todos sus parientes, pero sobre todo guárdate del niño, pues en su frente veo escrita la condenación, a menos que esa inscripción se borre."
3. Antonio Tabucchi, Sostiene Pereira, Anagrama, 2012.



 Lisboa, 1938. La opresiva dictadura de Salazar, el furor de la guerra civil española llamando a la puerta, al fondo el fascismo italiano. En esta Europa recorrida por el virulento fantasma de los totalitarismos, Pereira, un periodista dedicado durante toda su vida a la sección de sucesos, recibe el encargo de dirigir la página cultural de un mediocre periódico, el Lisboa. Pereira tiene un sentido un tanto fúnebre de la cultura: prefiere la literatura del pasado, dedicarse a la elegía de los escritores desaparecidos, preparar necrológicas anticipadas. Necesitado de un colaborador, contacta con un joven, Monteiro Rossi, quien a pesar de haber escrito su tesis acerca de la muerte está inequívocamente comprometido con la vida. Y la intensa relación que se establece entre el viejo periodista, Monteiro y su novia Marta, cristalizará en una crisis personal, una maduración interior y una dolorosa toma de conciencia que transformará profundamente la vida de Pereira. En esta novela, Tabucchi ha conseguido crear un inolvidable personaje que sin duda dejará una profunda huella en el lector, Pereira. Y con la historia de este periodista, Tabucchi nos ofrece también una espléndida historia sobre las razones de nuestro pasado que pueden ser perfectamente las razones de nuestro incierto presente. 



Y, en algún momento, dice así: 


"El doctor Cardoso llamó a la camarera y pidió dos rnacedonias de fruta sin azúcar y sin helado. Quisiera hacerle 'una pregunta, dijo el doctor Cardoso, ¿conoce usted los médecins-philosophes? No, admitió Pereira, no los conozco, ¿quiénes son? Los más importantes son Théodule Ribot y Pierre Janet, dijo el doctor Cardoso, fueron sus obras lo que estudié en París, son médicos y psicólogos, pero también filósofos, propugnan una teoría que me parece interesante, la de la confederación de las almas. Explíqueme esa teoría, dijo Pereira. Pues bien, dijo el doctor Cardoso, creer que somos «uno» que tiene existencia por sí mismo, desligado de la inconmensurable pluralidad de los propios yoes, representa una ilusión, por lo demás ingenua, de la tradición cristiana de un alma única; el doctor Ribot y el doctor Janet ven la personalidad como una confederación de varias almas, porque nosotros tenemos varias almas dentro de nosotros, ¿comprende?, una confederación que se pone bajo el control de un yo hegemónico. El doctor Cardoso hizo una breve pausa y después continuó. Lo que llamamos la norma, o nuestro ser, o la normalidad, es sólo un resultado, no una premisa, y depende del control de un yo hegemónico que se ha impuesto en la confederación de nuestras almas; en el caso de que surja otro yo, más fuerte y más potente, este yo destrona al yo hegemónico y ocupa su lugar, pasando a dirigir la cohorte de las almas, mejor dicho, la confederación, y su predominio se mantiene hasta que es destronado a su vez por otro yo hegemónico, sea por un ataque directo, sea por una paciente erosión. Tal vez, concluyó el doctor Cardoso, tras una paciente erosión haya un yo hegemónico que esté ocupando el liderazgo de la confederación de sus almas, señor Pereira, y usted no puede hacer nada, tan sólo puede, eventualmente, apoyarlo. El doctor Cardoso acabó de comer su macedonia y se limpió los labios con la servilleta. ¿Y qué puedo hacer?, preguntó Pereira. Nada, respondió el doctor Cardoso, simplemente esperar, [...] 



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